Federico Urales

La sociedad futura

(1922)

 



Nota

Extraído de: La anarquía al alcance de todos, Capítulo V

 


 

Trazar una visión más o menos aproximada de la sociedad sin gobernantes ni propietarios, tal como los anarquistas nos imaginamos, es la cosa más fácil del mundo y la más difícil.

La más fácil, porque al hacerlo no contraemos ninguna responsabilidad y en caso de error nadie nos ha de pedir cuentas de él. La más difícil, porque la sociedad anarquista ni siquiera podrá llamarse sociedad, desde el momento que no será, la libertaria, una sociedad, una vida uniforme ni podrá otorgar reglas ni leyes de ninguna clase a la colectividad.

La vida habrá de ser nuestra vida y como nuestra vida no podrá ser la de otros ni estará a la de otros ligada por ningún interés, es inútil que nos empeñemos en prescribir programas ni en encasillar ideas.

Ya dijimos en otra ocasión que en lo único que ha de haber uniformidad, en la vida anarquista, que es la vida libre y natural, será en condenar todo sistema de gobierno y de propiedad privada.

Fuera el Poder que traza y limita un Estado y fuera el poder que traza y limita una propiedad, todas las opiniones y todos los sistemas que pueden surgir de la evolución de las ideas y de las costumbres, han de ser por todo el mundo respetadas, y han de estar para todo el mundo, también, dentro de las posibilidades individuales, posibilidades que no llamamos sociales para sacarlas, desde este momento, de la coacción del mayor número.

Así, pues, para la persona partidaria de una sociedad libre, entendiéndose por sociedad libre una sin poder económico ni político, una sin la tiranía del que puede más que tu porque tiene más que tú y mientras haya quien tenga más que tú habrá quien pueda más que tú, no podrán existir enemigos ni adversarios por practicar la vida y profesar la idea de modo distinto unos de otros.

De esta suerte no podrá haber más, que una condición de anarquistas que es la de no preocuparse de la vida ni de la idea de nadie: la única condición que la que a todos impone la Naturaleza con sus atributos.
Y la anarquía no podrá ser un sistema social ni individual: ha de ser la madre y el amparo de todos los sistemas, sociales e individuales, que se practiquen sin gobiernos ni propietarios.

No puede ser el anarquismo un determinado sistema social sin gobierno (individualista, colectivista o comunista), porque entonces declararíamos la uniformidad de la Naturaleza humana, tan variada e infinita, y tan poco puede serlo, porque implicaría la uniformidad del temperamento y del espíritu.

La anarquía ha de ser una infinidad de sistemas y de vidas libres de toda traba. Ha de ser así como un campo de experimentación para todas las semillas humanas, y ha de ser, además, un amparo para todas las orientaciones y para todos los atrevimientos.

Anarquismo no puede suponer, no ha de suponer, colectivismo ni individualismo: ha de suponer anarquía solamente, esto es, libertad para que cada persona sea y haga lo que se le antoje dentro de la sociedad, mejor dicho, dentro de una humanidad de intereses políticos y económicos generales. De intereses políticos hemos dicho, porque la libertad de uno habrá de ser la de todos, y de intereses económicos dijimos, porque la propiedad de uno habrá de ser la de todos, también.

Es así, universal e infinitamente, como nosotros entendemos ha de ser interpretada la anarquía, porque otra interpretación supone capilla y límite. Encasillamiento de la libertad de todos dentro de la opinión de uno, porque moralmente de uno es la opinión, aunque sea colectiva, nunca se cierra la puerta al porvenir, cuando se limita el porvenir, que dentro de la anarquía, ha de ser un porvenir continuo, siempre constituyente y jamás constituido.

Si damos por acabada una evolución político-social en un determinado programa de vida, en una idea de vida social, continuamos la tradición de los principios absolutos que dieron lugar a todas las preocupaciones, y en cierto modo, las continuamos. Las continuamos desde el momento que estimamos adversario al que no piensa ni obra como nosotros, aunque como nosotros diga pensar y obrar.

Es la fuerza del atavismo que nos convierte en inquisidores por haberlo sido nuestro árbol genealógico.

Es preciso arrancar de nuevo esre árbol tantas veces arrancado y siempre vuelto a brotar por haber dejado, en la tierra, las raíces del poder económico y político.

Nadie, en el anarquismo, habrá de creer que lleva dentro de sí la verdad, porque la evolución ha vivido, hasta ahora, de verdades que se iban comiendo así que se iba avanzando. Y si todas la verdades pasadas han sido, a la postre, mentiras, de cuerdos será suponer que todas las verdades futuras serán, al fin, mentiras también. Así se evitara que una verdad vaya en contra de otra, y sean todas victimas para resultar todas inútiles.

No hay más verdad que la vida y a ella, únicamente hemos de atender y defender de toda imposición. Y no la vida colectiva, sino la vida individual, que si la por la libertad queda amparada la vida de uno, por la misma libertad quedara amparada la vida de todos.

Será más hombre evolutivo, más hombre de mañana, el que más libertad quiera para sí y más respete la ajena.

Razón tenemos, innegablemente, contra todas las formas de la autoridad y de la propiedad. Razón podemos no tener contra una visión de la sociedad futura que no sea la nuestra, porque de la vida futura no sabemos una palabra ni hace falta. Con que seamos libres, nos debe bastar.

De lo que piensen los otros, no nos ha de importar más que en el momento que piensen coartar nuestros pensamientos y nuestras acciones.

Es la razón que deberíamos poner en practica todas las personas que nos estimamos emancipadas. Iremos solamente contra las personas y contra regímenes que coarten nuestra libertad, directamente por medio de la represión o indirectamente por medio de las instituciones y de los privilegios políticos y sociales; y cuando hayamos constituido una forma de vida que no coarte la de nadie, dejaremos libres a las personas y a los regímenes.

Pero entretanto hemos de acercarnos lo más posible a la vida futura y la única manera de acercarnos a ella es siendo tolerantes con todas las opiniones. Así empezaremos las prácticas libres de mañana.

Nuestra vida actual ha de ser una aproximación de la de otro día, y no sólo ha de serlo en nuestras afinidades ideológicas, ha de serlo, también, en todas las relaciones que nos imponga la injusta y triste vida que surge de la sociedad presente.

En Barcelona, octubre de 1922.

 


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