Fernando Tarrida del Mármol

Questiones de Tactica
or
La anarquia sin adjetivos

(1890)

 



Note

Carta enviada por el anarquista Fernando Tarrida del Mármol al periódico francés La Révolte con fecha de 7 de agosto de 1890.

Traducido del francés por Vladimiro Muñoz.

 


 

Barcelona, 7 Agosto 1890

Compagneros de La Révolte,

Quisiera explicar con claridad la idea que me hago de la táctica revolucionaria de los anarquistas franceses; por ello, no pudiendo escribir una serie de artículos como haría falta, os envío esta carta. De ella extraeréis lo que contenga de bueno.

La decisión revolucionaria no ha faltado nunca en el carácter francés, habiendo demostrado los anarquistas, en infinidad de circunstancias, que no carecen de propagandistas y de revolucionarios. El número de adherentes es bastante grande y ... con grandes pensadores, propagandistas decididos y adeptos entusiastas, Francia, en verdad, es el país donde se producen menos actos importantes para la Anarquía. Esto es lo que me hace pensar. He aquí por qué os he dicho que creía no ser buena vuestra táctica revolucionaria. Nada fundamental divide a los anarquistas franceses de los anarquistas españoles y, sin embargo, en la práctica, nos encontramos a gran distancia.

Todos nosotros aceptamos la Anarquía como la integración de todas las libertades y su sola garantía, como la impulsión y la suma del bienestar humano. No más leyes ni represiones; desarrollo espontáneo, natural en todos los actos. Ni superiores ni inferiores, ni gobiernos ni gobernados. Anulación de toda distinción de rango; solamente seres conscientes que se buscan, que se atraen, discuten, resuelven, producen, se aman, sin otra finalidad que el bienestar común. Así es como todos concebimos la Anarquía, como todos concebimos la sociedad del porvenir; y es para la realización de esta concepción que trabajamos todos. ¿Dónde, pues, están las diferencias?

Según mi parecer, vosotros, extasiados por la contemplación del ideal, os habéis trazado una línea de conducta ideal, un puritanismo improductivo, en el cual malgastáis cantidad de fuerzas, que podrían destruir a los organismos más fuertes y que, así mal empleadas, nada producen. Olvidáis que no estáis rodeados por seres libres, celosos de su libertad y de su dignidad, sino por esclavos que esperan ser liberados. Olvidáis que nuestros enemigos están organizados y todos los días procuran fortalecerse más para continuar reinando. Olvidáis, en fin, que aun los que trabajan para el bien viven en la desorganización social actual y están llenos de vicios y prejuicios.

De todo esto se deduce que aceptáis una libertad absoluta y todo lo esperáis de la iniciativa individual, llevada a un punto tal en que ya no hay pacto o acuerdo posibles. Sin acuerdos, sin reuniones en las cuales se tomen resoluciones; lo importante y esencial es que cada uno haga lo que le plazca.

Con el resultado de que si alguien quisiera hacer algo bueno y carece de lugar para reunirse con todos los que como él piensan, para exponer su iniciativa, escuchar sus consejos y aceptar su concurso; se ve obligado a hacerlo todo solo o a no hacer nada.

Crear comisiones para trabajos administrativos, fijar contribuciones para hacer frente a tal o cual necesidad, es una imposición. Y de este modo, si un compañero o un grupo quiere ponerse en relación con todos los anarquistas de Francia o del mundo para una cosa determinada, no tiene medio para hacerlo y debe renunciar a la idea. Todo lo que no es la Revolución social es una tontería: ¿No debe importar a los anarquistas que los salarios se vuelvan aún más insuficientes, que la jornada de trabajo se alargue, que se insulte a los obreros en los talleres o que las mujeres sean prostituidas por los patrones? Mientras dure el régimen burgués esas cosas ocurrirán siempre, y solamente hay que preocuparse de la meta final. Pero mientras tanto la masa de los proletarios que sufre y no cree en una liberación próxima, no escucha a los anarquistas.

Si continuara así podría amontonar ejemplos, siempre con el mismo resultado: impotencia. No porque carezcan de elementos, sino por encontrarse diseminados, sin ningún tipo de conexión entre ellos.

En España seguimos una táctica completamente diferente; ciertamente para vosotros será una herejía digna de la mayor excomulgación, una práctica falaz, que se debe separar del campo de acción anarquista y, sin embargo, creemos que solamente así podemos hacer penetrar nuestras ideas entre los proletarios y deshacernos del mundo burgués. Tanto como vosotros, deseamos la pureza del programa anarquista. Nada hay tan intransigente y categórico como las Ideas, y no admitimos términos medios ni ninguna clase de atenuantes. Para eso, tratamos en nuestros escritos de ser tan explícitos como podemos. Nuestro norte es la Anarquía, el punto que deseamos alcanzar y hacia el cual dirigimos nuestra marcha. Pero en nuestro camino hay toda clase de obstáculos y para derribarlos empleamos los medios que nos parecen mejores. Si no podemos adaptar nuestra conducta a nuestras ideas, lo hacemos saber, tratando de aproximarnos lo más posible al ideal. Hacemos lo que haría un viajero que quisiera ir a un país de clima templado y que para llegar a él debiera atravesar los trópicos y las zonas glaciales: iría provisto de buenas frazadas y de ropa ligera, que dejará de lado llegado a destino. Sería estúpido y también ridículo querer pelear con los puños contra un enemigo tan bien armado.

De lo expresado procede nuestra táctica. Somos anarquistas y predicamos la Anarquía sin adjetivos. La Anarquía es un axioma y la cuestión económica algo secundario. Se nos dirá que es por la cuestión económica que la Anarquía es una verdad; pero nosotros creemos que ser anarquista significa ser enemigo de toda autoridad e imposición, y por consecuencia, sea cual sea el sistema que se preconice, es por considerarlo la mejor defensa de la Anarquía, no deseando imponerlo a quienes no lo aceptan.

Lo que no quiere decir que pongamos de lado la cuestión económica. Al contrario, nos agrada discutirla pero solamente como una aportación a la solución o soluciones definitivas. Cosas excelentes han dicho Cabet, Saint Simon, Fourier, Robert Owen u otros; pero todos sus sistemas han desaparecido porque querían encerrar a la Sociedad en las concepciones de sus cerebros no obstante haber hecho mucho de bueno para el esclarecimiento de la gran cuestión.

Observad que desde el instante en que proponéis trazar líneas generales para la Sociedad futura por un lado surgen las objeciones y las preguntas de los adversarios; y por el otro, el natural deseo de hacer una obra completa y perfeccionada nos llevará a inventar y trazar un sistema que, estemos seguros, desaparecerá como los demás.

Del individualismo anarquista de Spencer y otros pensadores burgueses, a los anarquistas individualistas-socialistas (no encuentro otras expresiones) existe una gran distancia, como ocurre entre los colectivistas españoles de una región a otra; al igual que entre los mutualistas ingleses o norteamericanos; como entre los comunistas libertarios. Kropotkin, por ejemplo, nos habla del “pueblo industrial”, reduciendo su sistema, o si se quiere su concepción, a la reunión de pequeñas comunidades que producen lo que quieren, realizando por así decir la función bíblica del paraíso terrestre con el progreso actual de la civilización; mientras que Malatesta, que también es comunista libertario, indica la constitución de grandes organizaciones que intercambien sus productos y que aún aumentarán más esta potencia creadora, esta asombrosa actividad que despliega el siglo XIX, purgado de toda acción nociva.

Cada potente inteligencia señala y crea rutas nuevas para la Sociedad futura, haciendo adeptos por fuerza hipnótica (si así se puede decir), sugestionando en otros cerebros con estas ideas, y todos en general nos hacemos nuestro plan particular.

Convengamos, pues, como casi todos hemos hecho en España, en llamarnos simplemente anarquistas. En nuestras conversaciones, en nuestras conferencias y en nuestra prensa, discutamos sobre las cuestiones económicas, pero nunca estas cuestiones deberían ser una causa de división entre los anarquistas.

Para el desarrollo de la propaganda, para la conservación de la idea, tenemos necesidad de conocernos y vernos, debiendo para esto constituir grupos. En España los hay en casi todas localidades donde hay anarquistas y son la fuerza impulsiva de todo movimiento revolucionario. Los anarquistas no tienen dinero ni medios fáciles para procurárselo; para obviar esto, la mayoría de nosotros se ha impuesto una pequeña contribución semanal o mensual; de este modo podemos mantener las relaciones necesarias entre todos los asociados y podríamos mantenerlas entre toda la Tierra si los otros países tuviesen una organización como la nuestra.

En el grupo no hay autoridad; se pone a un compañero como tesorero, a otro como secretario para recibir la correspondencia, etc., etc. Cuando son ordinarias, las reuniones se hacen cada semana o cada quince días; si son extraordinarias cuantas veces sea necesario. Para ahorrar gastos y trabajo y también como medida de prudencia, en caso de persecución, se crea una comisión de relaciones a escala nacional. La que no toma iniciativas: quienes la componen deben dirigirse a su grupo si desean hacer proposiciones. Su misión es la de hacer conocer a todos los grupos las resoluciones y proposiciones que se le comunican desde un grupo, tomar nota de todas las direcciones que se le hacen llegar y enviarlas a los grupos que las solicitan, para ponerse en relación directa con otros grupos.

Tales son las líneas generales de la organización que fue aceptada en el congreso de Valencia y de la cual hablasteis en La Révolte. El bien que produce es inmenso; es la que atiza el fuego de las ideas anarquistas. Pero, estad seguros, si redujéramos la acción a la organización anarquista, obtendríamos poca cosa. Acabaríamos por transformarla en una organización de pensadores que discuten sobre las ideas y que con certeza degeneraría en una sociedad de metafísicos discutiendo sobre las palabras. Algo y mucho de esto os ocurre a vosotros. Empleando vuestra actividad solamente a discutir sobre el ideal, desembocáis en cuestiones de palabras. Se llaman unos “egoístas” y los otros “altruistas”, queriendo ambos la misma cosa; éstos se llaman “comunistas libertarios” y aquéllos “individualistas”, para en el fondo expresar las mismas ideas.

No debemos olvidar que la gran masa de los proletarios está obligada a trabajar un número excesivo de horas, que se encuentra en la mayor miseria y que, por consecuencia, no puede comprar libros de Büchner, Darwin, Spencer, Lombroso, Max Nordau, etc., de los cuales apenas si conoce los nombres. Y si aun el proletario pudiera procurarse sus libros, carece de estudios preparatorios de física, química, historia natural y matemáticas necesarios para comprender bien lo que se lee; no tiene tiempo para estudiar con método, ni su cerebro está bastante ejercitado para poder asimilar bien estos estudios. Hay excepciones: como la de Esteban en Germinal [de Émile Zola], sedientos por saber devoran cuanto les cae en las manos, pero casi nada retienen.

Nuestro campo de acción no está, pues, en el seno de estos grupos, sino en medio del proletariado.

Es en las sociedades de resistencia donde estudiamos y preparamos nuestro plan de lucha. Existirán estas sociedades mientras dure el régimen burgués. Los trabajadores que no son escritores, se preocupan poco si existe o no libertad de prensa; los trabajadores no son oradores, poco se ocupan de la libertad de las reuniones públicas; consideran que las libertades políticas son cosas secundarias, pero todos desean mejorar su condición económica y todos desean sacudir el yugo de la burguesía; debido a esto habrá cámaras sindicales y sociedades de resistencia mientras persista la explotación del hombre por el hombre. Aquí está nuestro lugar. Abandonándolas, como habéis hecho vosotros, se vuelven los lugares de reunión de cuatro vividores que hablan a los trabajadores de "socialismo científico" o de practicismo, posibilismo, cooperación, amontonamiento de capitales para sostener huelgas pacíficas, solicitud de ayuda y apoyo de las autoridades, etc., de manera de adormecerlos y de frenar su impulso revolucionario. Si los anarquistas estuviesen en estas sociedades, al menos impedirían que los adormecedores hicieran propaganda contra nosotros. Y si, además, ocurriese que los anarquistas, como en España, fuesen los miembros más activos de dichas sociedades, los que hacen los trabajos necesarios sin retribución alguna, contrariamente a los doblados defensores que los explotan, pasaría que estas sociedades estarían siempre de nuestro lado.

En España son estas sociedades las que, todas las semanas, compran periódicos anarquistas en gran cantidad para distribuirlos gratis a sus miembros; son estas sociedades las que dan el dinero para sostener a nuestras publicaciones y para socorrer a los prisioneros y los perseguidos. Por nuestra conducta mostramos en estas sociedades que luchamos por amor a nuestras ideas; además, vamos a todas partes en donde hay obreros e incluso a donde no los hay, cuando creemos que nuestra presencia puede ser útil a la causa de la Anarquía. Así es como en Cataluña (y ahora comienza también en las otras regiones de España) no existe municipio en donde no hayamos creado o al menos ayudado a crear corporaciones con el nombre de círculos, ateneos, centros obreros, etc., que sin decirse anarquistas y sin serlo realmente, simpatizan con nuestras ideas. Allí damos conferencias puramente anarquistas, mezclando en las reuniones musicales y literarias nuestros trabajos revolucionarios. Allí, sentados en la mesa del café, discutimos, nos vemos todas las noches; o estudiamos en la biblioteca.

Allí instalamos la redacción de nuestros periódicos, y los que llegan como canje van al salón de lectura; todo esto con una organización libre y casi sin gastos. Por ejemplo, en el círculo de Barcelona no se está obligado ni a ser socio; lo son quienes quieren y la contribución, de 25 céntimas al mes, es también voluntaria. De los dos o tres mil obreros que vienen a los locales del círculo, solamente trescientos son socios. Podríamos afirmar que estos locales son los focos de nuestras ideas; y sin embargo, aunque el gobierno ha buscado siempre pretextos para cerrarlos, no los ha encontrado, porque no se dicen anarquistas y no es allí donde se tienen las reuniones privadas. No se hace nada allí que no se haría en no importa qué café público; pero como allí van todos los elementos activos, surgen a menudo grandes cosas, y esto sin formulismo, bebiendo una taza de café o un vaso de cognac.

Tampoco olvidamos a las sociedades cooperativas de consumo. En casi todos los pueblos de Cataluña, excepto en Barcelona, donde es imposible a causa de las grandes distancias y de la manera de vivir, se han creado cooperativas de consumo en donde los obreros encuentran los comestibles más baratos y de mejor calidad que en los minoristas, y esto sin que ninguno de los socios mire la cooperación como meta final, sino solamente como un medio que se debe aprovechar. Hay sociedades que hacen grandes compras y que tienen un crédito de cincuenta o sesenta mil pesetas, las cuales han sido de gran utilidad en las huelgas, dando crédito a los obreros. En los ateneos de los “señores” (o de los sabios, cual se los llama) se discute sobre el socialismo; dos compañeros van en seguida a inscribirse como miembros (si no tienen dinero, se lo da la corporación) y van a sostener nuestras ideas.

Lo mismo hace nuestra prensa. Nunca deja de lado las ideas anarquistas; pero da cabida a manifiestos, comunicaciones y noticias que, aunque puedan parecer sin importancia, sirven, sin embargo, a hacer penetrar nuestro periódico y con él nuestras ideas, en los pueblos o en los medios que no las conocían. He aquí nuestra táctica y creo que, si se la adoptase en otros países, pronto verían los anarquistas ampliarse su campo de acción.

Pensad que en España la mayoría no sabe leer y, sin embargo, se publican seis periódicos anarquistas, folletos, libros y hojas sueltas en cantidad. Continuamente se hacen mítines y, sin tener grandes propagandistas, se producen hechos muy importantes.

En España, la burguesía es despiadada y rencorosa, no pudiendo sufrir que alguien de su clase simpatice con nosotros, y cuando algún hombre de posición se pone de nuestro lado, se le saca en seguida todo medio de vida, obligándolo a que nos abandone, de manera que sólo puede ayudarnos en privado. Al contrario, la burguesía le da cuanto desea, si se aleja de nosotros. Por consiguiente, todo el trabajo en favor de la Anarquía reposa en los hombros de los trabajadores manuales, que deben sacrificar para él sus horas de descanso.

Si en Francia, Inglaterra. Italia, Suiza, Bélgica y América del Norte hay un número bastante grande de buenos elementos, cambiando de táctica, ¡qué progreso haríamos!

Creo haber dicho bastante para hacer comprender mi idea.

Vuestro y de la Revolución Social.

Fernando Tarrida del Mármol

 

 


[Home] [Top]